domingo, 12 de agosto de 2007

EL ASCENSOR

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Creo que sería el año mil novecientos sesenta y cinco cuando regresé a Inglaterra, después de una corta estancia en España. Me alojé en un hotel barato de los muchos que hay en la zona de Paddinton, comúnmente llamados "BED AND BREAKFAST -o sea cama y desayuno. Era un viernes, a principios del verano, y algo importante se estaría celebrando en Londres, porque todos los hoteles tenía el cartel en la puerta "NO VACANCIES." Después de recorrer la zona, cansado, con la maleta a cuestas, conseguí una habitación en un ático de uno de esos hoteluchos de mala muerte, cuya dueña era una mujer mayor, de esas con el cigarrillo colgando del labio inferior, rubias de botella, que parecen andar toda su vida con los rulos en la cabeza. Como le viera la nariz roja, surcada de pequeñas venas, me di cuenta que le gustaba la botella, y le ofrecí una de brandy que llevaba en la maleta, si me acomodaba aunque fuese en un sofá. Me ofreció una pequeña habitación en el ático que, según me dijo, no la usaba desde hacía mucho tiempo y que estaba sin asear, tal como la dejara el último ocupante. Después del segundo piso, y una vez que me mostró donde estaba el servicio, subimos por una escalera estrecha hasta el ático. La habitación era mediana, alta de un lado y baja del otro, lo que demostraba que estaba a ras con el tejado. El techo tenía vigas fuertes de madera de roble, teñidas de negro, el característico color con el que los ingleses tiñen las vigas de los edificios antíguos. Había una ventana pequeña, bajita, sin cortinas, cuyos cristales -me di cuenta a la mañana- no dejaban pasar la luz, de sucios que estaban. Sobre la mesa, que estaba al lado de la cama, había un montón de periódicos, el papel ya amarillento de tan viejos que eran. La habitación olía muy mal y, entre esa amalgama de desagradables olores, se distinguía el de las viejas alfombras, que estaban gastadas, sucias y llenas de marcas de cigarrillos.El último ocupante había dejado muchas botellas de sidra vacías. Aquellas botellas me decían que clase de inquilino había sido el último de aquella miserable acomodación. La sidra es, en Inglaterra, la bebida de los desahuciados. Son los bebedores de sidra -será por el precio- los que se ven en las pequeñas plazoletas de las ciudades, borrachos y sucios.La mujer tuvo la delicadeza de facilitarme unas sábanas limpias, para que yo hiciese la cama a mi gusto. Hecho lo cual me acosté, pero, por mucho tiempo, no pude conciliar el sueño, a pesar del cansancio. Siempre sentía una gran preocupación, o depresión, cuando empezaba una vida nueva. Me preocupaba el encontrarme con gente desconocida, y me preguntaba: "¿A quién conoceré ahora? ¿Cómo será la gente con la que tendré que convivir de ahora en adelante?" Esa preocupación se agravada por el ambiente de aquella deprimente modación. Por lo tanto traté de entretener mi acongojada mente ojeando aquellos viejos periódicos. Fue cuando comprobé, para mi sorpresa, que aquel montón de periódicos -que comprendían toda la gama de rotativos londinenses- tenían la misma fecha; todos menos uno, que era del mismo año y mes, pero de una semana más tarde que los otros. Con respecto a las fechas, no me acuerdo del día y mes, pero recuerdo que eran del año mil novecientos cuarenta y tres.Aquello me hizo sospechar que la habitación no había sido usada desde tal fecha. Todos aquellos periódicos encabezaban la primera página con la misma clase de artículo y, aunque lo presentaban de distinta forma, todos lo hacían de una manera muy sensacionalista. Todos hablaban DE LA PAREJA DEL ASCENSOR, con fotografías de esa gente: dos hombres y una mujer. Uno de los hombres era mayor, alto y delgado, cabello blanco pero abundante; el otro era joven, de color oscuro pero no negro. Ese tenía unas barbas largas y ralas,y el pelo de punta. La mujer era joven, y parecía guapa, a pesar de su desaliño. Todos parecían mendigos, especialmente la pareja joven, cuyas vestimentas se veía sucias y arrugadas, como si hubiese dormido con ellas toda su vida. Pero lo que más me llamó la atención, de la pareja, fueron sus facciones hambrientas y asustados, como de locos, diría. Presumí, mientras leía aquellos títulos en letras grandes, que aquellas gentes serían parte de esas cosas raras que descubren los exploradores, por encargo de los periódicos sensacionalistas, en las selvas, o en lugares muy apartados del mundo, y perdí interés. Me dediqué a ojear el otro periódico, el de la semana posterior; y pronto comprobé que, aquel diario -que era de los más sensacionalistas- dedicaba un artículo, en exclusiva, a LA PAREJA DEL ASCENSOR: dos páginas enteras de letra apretada y, al final, decía que continuaría a la semana siguiente. La historia me dejó perplejo, tanto que miré entre la pila de periódicos, uno por uno, para asegurarme de si estaría, entre todos ellos, el que continuaría con la historia. Pero no encontré la continuación. Por eso estoy tan seguro, de que todos tenían la misma fecha, excepto uno. Así que me quedé sin saber de cómo terminaba aquella historia. Yo hubiera creído, si no fuese por el encabezamiento de los otros periódicos, que aquella era una historia bien escrita –pero de ficción- de las muchas que acostumbran a publicar los periódicos ingleses, pero los artículos de los otros periódicos, confirmaba que se trataba de un hecho real. La historia estaba encarada a forma de "interviu" que el periódico había hecho a esas tres personas. La mujer era judía, el joven musulmán, y el hombre mayor irlandés. La historia ponía bastante hincapié en las religiones de esas tres personas. El periódico comenzaba con una corta reseña de Paddy, como preparando la mente de los lectores para la historia que seguiría a continuación. Escribía el rotativo que al irlandés lo habían visto, aquellos últimos meses, pidiendo limosna o recogiendo cualquier desperdicio de comida por los tachos de la basura –que poco sería lo que encontraba, ya que casi todo estaba racionado en Inglaterra por aquellos tiempos- y por eso la gente lo consideraba un mendigo. Pero él decía que aquella comida y aquellas limosnas, eran para sus hijos adoptivos que vivían en un ascensor del metro. Otras veces, cuando podía tomar una cerveza Guiness en los bares, trataba de contar la historia de sus hijos adoptivos, a quién lo quisiera escuchaban. Aquella historia levantaba sonrisas y, a lo mejor, le daban alguna ayuda; pero, cuando se marchaba, la gente quedaba comentando sobre su fantástica imaginación, y su extraña locura. Otras veces se le había visto echando discursos religiosos en Hyde Park Corner. Y era, por esos detalles, que empezaba a ser conocido por Paddy el loco. ( En Inglaterra les llaman paddies a todos los irlandeses, así que aunque él tuviese otro nombre, era Paddy lo mismo. Después de esa pequeña reseña -que yo aquí la haré más breve.Paddy empezaba contando, con pinceladas gordas, su parte de aquella historia. El llevaba un año manejando el ascensor del metro en la linea central. ( Y aquí me veo yo en la necesidad de aclarar, que yo conocía bien aquella estación, cuyo ascensor era del tamaño de una habitación. La profundidad del metro, al pasar por aquella estación tendría que ser enorme, digo, porque creo queeran dos estaciones las únicas con ascensor, en toda la enorme red del metro Londinense. Las otras estaciones, todas tenían escaleras mecánicas, algunas de enorme altura. Pensando en esa profundidad, que bajaba y subía aquel gigantesco ascensor, a mi me preocupaba -las veces que viajé en él- lo qué pasaría si dejara de funcionar a mitad de su recorrido. Porque aquella gigantesca caverna, por la que viajaba el ascensor, no tenía paradas ni ventanas en todo el trayecto. Pues Paddy contaba, precisamente, sobre el día que el ascensor se atrancó. Era el tercer año de la guerra y él ya había cogido su retiro, pero como los jóvenes habían sido llamados a filas, los hombres mayores, y mujeres de todas edades, eran los que tenían que hacer el trabajo por detrás, y mantener el país en movimiento.Yo acababa de subir con unos pasajeros -empezaba contando elirlandés. En la estación sólo estaban dos personas comprando los billetes, que eran despachados por dos mujeres, con las que, a veces, hasta teníamos tiempo a tomar un té y contar unos chistes.Los dos jóvenes entraron en el ascensor sin mucha prisa. Yo iba a bajar, cuando otros pasajeros se acercaron a las ventanillas asacar billetes. Decidí esperarlos. Mientras tanto me fijé en la mujer del ascensor. Tendría veinte años, alta, muy rubia, con un cabello algo rizado, largo hasta los hombros. Vestía ropa seria, y zapatos de medio tacón. Sus manos eran muy bonitas. Las uñas recortadas, sin pintar, pero muy cuidadas; y dedos muy largos. Se veía una chica culta y conservadora. Desde hacía meses siempre cogía el metro a la misma hora. Yo la había catalogado, como una secretaria, o una mujer de la radio. Algunas veces pensé que tal vez tendría algo que ver con la B.B.C. y que cogía aquella linea para viajar a White City. Su nariz ligeramente aguileña, me decía que era judía. Siempre me fijaba en ella aunque viajase mucha gente en el ascensor, pero nunca me atreví a hablarle. Yo ya teníael complejo de viejo. El chico era Paquistaní o de Bangladesh, de la misma estatura de la chica, pero muy delgado. Un trabajador cualquiera, posiblemente un emigrante ilegal, eso me imaginé. Si no fuese así estaría en filas como los demás. No me fijé mucho en él porque la chica se llevó toda mi atención. Puedo decir que me pareció feucho, tal vez por el contraste con la belleza de la chica, que, al ser la única mujer en el ascensor, me pareció más bella que nunca. Los otros pasajeros iban a entrar en el ascensor, cuando todo el edificio se sacudió, como en un temblor de tierra, y yocasi perdí el equilibrio. Al tiempo se escuchó un estruendo como si todo el edificio se viniese abajo, y pedazos de plasta cayeron por todas partes. Se sintieron hierros y cables que caían sobre el ascensor, produciendo un ruido infernal. Vi como el ascensor desaparecía delante de mis ojos, dejando detrás unos gritos horrendos de la chica y del hombre. Después el rechinar de los frenos automáticos al frenar en los rieles, despidiendo un fuerte olor a grasa quemada, y un humo pestilente que salió por el hueco arriba. Yo miré la caverna negra y sucia, solo con una claridad arriba por donde entraba la luz de la puerta del hall. Los gritos e la muchacha y del chico llegan desde muy abajo, tal vez a cincuenta metros de profundidad. Aquellos gritos delataban un miedo horroroso, especialmente los de la chica. La bomba, que parece ser era una de las primeras V.2., habia caido un par de edificios de distancia del de la estación, pero la honda expansiva voló la cima de la misma y con ello todo el mecanismo del ascensor. Allá abajo, los dos desafortunados, a oscuras, sin saber lo que habla pasado, segulan gritando por ayuda. La chica estaba completamente histérica -eso se podla comprender por sus gritos. Las dos mujeres, que despachaban los billetes, también gritaban. Los otros pasajeros habian salido corriendo a la calle, como si pensaran que allí estarian más a salvo. Una vez recobrada un poco la calma, yo les empecé a hablar a los de abajo, diciéndoles que llamaria a los bomberos para que vinieran a sacarlos de alli. Se fueron calmando, al menos pararon de gritar y ya se entendia lo que hablaban. Yo sabia que llamar a los bomberos serla una pérdida de tiempo. Cuando caia una bomba nunca venia sola. Asi que los bomberos no atenderla ninguna otra llamada que no fuesen las zonas devastadas por aquellos terribles artefactos. Lo primero que yo tendrla que hacer era proveer a las dos victimas del ascensor con alguna clase de luz, para que no se murieran de miedo allá abajo. En los depósitos de la estación habla casi de todo, menos comida: cables, lamparas y enchufes, y uniformes, entre otros repuestos. Cogi un rollo de cable y preparé una luz portátil que bajé por un lado del ascensor. Les di instrucciones a la pareja de como abrir la puerta del ascensor manualmente. Lo consiguieron, después de mucho explicarles. Bajé el cable con la bombilla por el lado del ascensor y, ya con luz, la pareja se sintió mucho más tranquila. Siguieron, sin embargo, pidiendo, intermitentemente, la ayuda de los bomberos para que los sacaran de allí. Yo intenté llamar a los bomberos, pero los teléfonos no funcionaban; tal vez estuviesen sobrecargados de tantas llamadas. Yo les tenía que mentir a los del áscensor, diciéndo1es que pronto vendrían a rescatar10s, sabiendo que nadie vendría, al menos aquel día. A este punto el periódico dejaba la narración de Paddy para hacer algunas aclaraciones. Los trenes habían recibido Órdenes de que no parasen en aquella estación, porque la central ya Tenía noticias de los desperfectos del ascensor. Y así estuvo cerrada más de tres meses. otras muchas obras destruidas por las bombas corrían más prisa: había que abrir calles atascadas, y reparar y apuntalar ciertos edificios destruidos por las bombas. Así que, obras que no corrían tanta urgencia, como aquella estación, eran dejadas para 10 último. Después de una aclaración parecida a ésta, pero más extensa y detallada, Paddy otra vez cogía la palabra. Los del ascensor, ya calmados, y con la esperanza de que pronto los iban a sacar de aquel apuro, conversaban con las dos mujeres de arriba y conmigo. Se quejaron de que hacía frío allá abajo, especialmente cuando pasaban los trenes, que empujaban con ellos una fuerte ráfaga de viento que subía por el túnel arriba y después, al alejarse, lo arrastraban por el túnel abajo. Yo les les recomendó que cerraran la puerta del ascensor cada vez que sintiesen el sonido del tren, que se sentía mucho antes del efecto del viento. ,Rompí el cristal donde se guardaba la manguera contra incendios y la usé para bajarles provisiones, que ataba con un cordón a la misma. y lo primero fue mandar les ropa de abrigo, como por ejemplo, uniformes que había en el depósito. Después les bajé la tetera de con agua caliente, que las mujeres se encargaron de calentar; y los tazones, té y azúcar. Todo eso en una bolsa que por allí tenían las mujeres.
( Me veo yo aquí obligado a aclarar, para quienes no estén al tanto del ambiente inglés, que
el té no les puede faltar, y aún en los sitios de trabajo, cualesquiera que ellos sean, siempre están
equipados para hacer el té. Sin embargo me acuerdo que, en el relato de Paddy no menciona la leche, pues los ingleses siempre usan leche con el té. Por lo que pienso que no tendrían leche y que tal vez estaría racionada.)
Las mujeres -continuaba Paddy- después de mucha aflicción y ayudar en lo que pudieron, decidieron marcharse a sus casas.y como la estación había sido anulada, no volvieron al trabajo.
Así que nunca las volví a ver. Me preocupó alguna vez, al no verlas nunca más, pensando si se habrían muerto en uno de esos bombardeos, de las V.2., que barrían con una manzana entera.
Después de todo aquel tiempo ayudando a los del ascensor, Pady se a cordó de que también él tenía casa y una mujer, que Estaría terriblemente preocupada, sin duda enterada por la radio, Que el bombardeo había tocado la estación donde trabajaba su marido.¿Habría muerto y por eso no había retornado a casa a su debido horario? ¿Cómo no había yo pensado en eso antes?' -decía Paddy.
Hasta le extrañó que su mujer no se hubiese presentado en la estación en todo aquel tiempo. La preocupación por la pareja, prisionera allá abajo, le había hecho olvidar aquel detalle. Les
comunicó su preocupación a los jóvenes y les confortó diciéndoles que volvería pronto, después de ver a su mujer, y mostrarle que estaba bien. Y lo más seguro era que los bomberos vendrían antes
que él, les mintió -una mentira piadosa- porque él sabía que aquel día los bomberos no darían abasto a las llamadas. Los buses, tal vez por el bombardeo, de no se veían pasar hacia la zona donde él vivía. Decidió caminar. No era muy lejos, en unos barrios pasando la zona de Paddinton, detrás de Edgewar Road, a orillas del canal. Le llevó un poco más de media hora llegar a su barrio.Su mujer no se había presentado de la estación, porque el Barrio había sido arrasado por una de esas bombas voladoras.
Ya mucho antes de llegar al barrio -aclaraba Paddy- vió una niebla diáfana, ese humo que se negaba a disiparse después de los grandes incendios. También se podía olfatear un olor a madera quemada, y ese otro característico olor de las viejas alfombras, cuando son achicharradas por esos grandes incendios. Y había otro olor desagradable, que Pasy no pude distinguir: tal vez el olor a de cuerpos calcinados, o lo que fuese. Todo el barrio, una manzana entera, había sido aniquilado. Yo ya había visto como estas casas de Londres, construidas de ladrillo y madera, caen como naipes en caso de bombardeo, y arden como la pólvora –aclaraba Pady. Por eso nunca más vi a mi mujer ni viva ni muerta. Pues ni siquiera se podía distinguir, entre los escombros, cual había sido mi casa, de la
forma que todo había sido aplanado y calcinado. Caminé con mucha dificultad entre los escombros calientes, tratando de reconocer algo mío. Después me acercó hasta el hospital para enterarme que víctimas se encontraban allí, sabiendo que en aquel incendio no se habían salvado ni los huesos. Hacía diez años que habíamos terminado de pagar la casa, veinte y pico años trabajando para pagarla, y en unos minutos todo se había convertido en humo. Paddy continuaba con su historia, diciendo que se hubiera emborrachado, para no enloquecer, pero que no tenía dinero para ello. Hacía un par de días que cobrara la semana, y el dinero estaba en casa. Su mujer era la que lo administraba. Volvió a la estación. Era el único sitio que le quedaba, para refugiar sus penas, dormir y no despertar nunca más. La estación ya estaba cerrada, las puertas con llave, pero él tenía sus llaves. Era él el que cerraba la estación a las once de la noche, cuando le tocaba aquel turno, ya que los horarios era rotativos. Pensó que si cerraran la estación era porque a los dos del ascensor ya los habían liberados. Yo estaba cansado, y no podía ni pensar -aclaraba Paddy. Y continuaba diciendo, que se metió en el depósito de la estación, que se tapó con una alfombra vieja y se estiró sobre un banco largo que allí había. Antes de dormir renegó de la guerra y escupió su veneno, echándole la culpa de esos males del mundo a ciertas religiones, e intereses creados, un negocio de los ricos. Tanta culpa les echaba a los alemanes como a los ingleses. Al día siguiente paddy pudo escuchar los gritos de la pareja, que él presumía que habrían sido liberado antes de cerrar la estación. Hizo lo que pudo por ellos, proveyéndolos de las comodidades más necesarias para sobrevivir, entre ellas agua, abriendo un poco la manguera de incendios, que también era la que usaba para bajarles comida, y todo cuanto les podía mandar abajo. Y, según él, trató de convencer a la policía, bomberos, la administración de los metros y cuanta organización benéfica habían en Londres, de que había una pareja en el ascensor, pero nadie se lo quiso creer. Parece ser que alguien de la administración de. los metros había comprobado, al
cerrado las puertas de la estación, que allí abajo no había nadie. Así que, cuando alguna de esas organizaciones, avisada por Paddy, Llamaban a la administración del metro, eran informados de que ya Habían comprobado que allí no había nadie. Eso pudo haberse debido -aclaraba Paddy- a que la pareja se hubiese quedado dormida, cuando algún oficial fue a cerrar la estación, y no hayan escuchado su llamada, y pensó que ya habían sido sacados del ascensor. Paddy, que ya no quiso trabajar más, y dedicó su tiempo a proveer a los desdichados del ascensor. Les conseguía los periódicos -caducados por los bares-, para que se fueran enterando de como iba el mundo
con sus guerras y sus crímenes atroces. Según Paddy, la chica judía cogió tal miedo, cuando leyó las noticias de las atrocidades por las que estaba pasando a los judíos, que decidió no salir del ascensor, y pedía a Paddy que la dejara allí escondida para siempre, si los alemanes ganaban la guerra. Cuando después de poner en pie otros desperfectos más urgentes, causados por las bombas, y le tocó el
turno al ascensor, ingenieros y trabajadores, se encontraron con aquel horror, una pareja que llevaba allí desde hacía meses. ¿Cómo abía sobrevivido todo ese tiempo? La radio envió la sensacional
noticia a los cuatro vientos. Fue entonces cuando Paddy apareció n escena. Los periódicos lo buscaron, le sacaron fotografías al ontinúa lado de la pareja _que publicaron en primera plana- y los mencionaban como el salvador. Pero la pareja contaba, en su interviú, una historia muy diferente, que yo tendré que contar a mi manera, para hacerla más breve, pero con la misma esencia. Declan que Paddy los habla mantenido alll secuestrados, sin avisar a los bomberos ni a nadie, porque odiaba la religión judla y musulmana y él, como católico, habla jugado a ser Dios. Ellos dependlan de él para sobrevivir y tenlan que hacer lo que él les mandaba. Como sabía que una judla no harla el amor con un musulmán, lo primero que que hizo fue obligarlos a que tuviesen relaciones sexuales. Que se reprodujeran como Dios habla ordenado a Adán y Eva al echar los del Paralso. Para obligarlos los tuvo cuatro dlas sin comida y sin agua. La judla estaba dispuesta a morir de hambre o de sed antes de tener relaciones sexuales con el chico, ya no tanto por la religión, sino por principios de moral. No podrla hacerla porque alguien la obligara. La suma de las dos cosas, religión y moral, eran, para ella, más fuertes que la muerte. El chico, aun siendo de menor cultura, y por ser la chica de una belleza especial, se sentla tentado a obedecer al dios de allá arriba; la admiración que sentla por aquella mujer, también era más fuerte que el sexo y no querla ofenderla. Sin embargo, lo peor de la vergüenza ya habla pasado. Una vergüenza casi superior a lo que Paddy los querla obligar. El cuerpo siente ciertas necesidades, que ni la vergüenza ni la moral pueden salvar. El cuerpo se tiene que deshacer de su qulmica, y ninguna ley humana lo puede obligar a lo contrario, como sucede con otras normas y moralejas que la sociedad impone. La única manera de cumplir con aquellas necesidades, eran poner cierta parte del cuerpo hacia fuera de la puerta del ascensor, y dejar al descubierto las partes que consideramos vergonzosas. Después de salvar esas forzosas barreras, la vergüenza, tiende a desapareciendo. Por eso el chico, cuando comprendió que Paddy los dejaría morir.de hambre o de sed, si no le obedecían, trató, con amables palabras de convencer a la chica, haciéndole ver que, de todas formas, ya se habían salvado todas esas vergonzosas barreras entre ellos. Cuando ella se negó, una y otra vez, y antes de seguir sufriendo hambre y sed, el chico decidió obedecer a las demandas de su dios, y violó a la ,chica. Ella, comprendiendo que no tenía otra alternativa, no prestó resistencia física. Y después de pecar una vez, era lo mismo pecar para siempre. Aquel mundo -empezaban los dos infelices a pensar- iba a ser su mundo hasta la muerte, pues estaba visto que nadie los iba a liberar de aquella situación, por lo que mejor sería olvidar religiones y estados sociales, razas, y todas
aquellas cadenas que ataban la vida de la gente libre. La que tenían el mundo entero para disfrutar, ver el sol salir y ponerse; la luna haciendo las noches claras y moviendo las mareas; que podían distinguir las estaciones y ver las flores crecer; y sin embargo selTiataban en guerras fratricidas y. se dedicaban al crimen organizado. Y ellos allí encerrados ¿para qué se iban a preocupar y ser regidos por aquella moral? Ellos no tenía más que hacer que obedecer al pequeño dios que les mandaba agua y comida, aunque fuesen sobras que se tiraban a los tachos. Pasaron los meses, se encariñaron de tanto hablar, y contarse una y otra vez las experiencias de su jóvenes vidas. Y aquel mundo pequeño los unió, como si fuesen los dos únicos sobrevivientes de la guerra y de la especie; pues para ellos el mundo había acabado y sólo quedaban ellos y su dios allá arriba, y todo dependía de ellos el continuar
la especie y de aquel dios que los proveyera de comida. Y seguían contando, que tiempo allí abajo, dejó de tener significado. Pues, pesar de los periódicos que Paddy les mandaba, las fechas llegaron a no tener sentido. El tiempo, sin sol y la luna; sin las estaciones, sin lluvia y sin gente, no tiene ignificad -aclaraba la pareja. Cuando salieron del ascensor, no tenían idea del tiempo que había pasado. Lo único que le hacía creer a la chica de que no habían pasado nueve meses, era que ella se daba cuenta de que estaba embarazada, y que no había pasado ese tiempo, de lo contrario habría tenido un hijo. El periódico terminaba así su primera parte de aquella exclusiva, comentando a continuación, que en la próxima semana publicarían un careo, que el rotativo habían conseguido entre
Paddy y la pareja, para que los lectores pudiesen opinar quien mentía, o quien decía la verdad. Y que a continuación también se publicarían los comentarios de psicólogos, personajes de las tres religiones de los tres personajes, así como la opinión de hombres de leyes. Los psicólogos darían su opinión sobre el estado mental de aquella gente; y los religiosos sobre ética y moral en circunstancias extremas, como por las que habían pasado aquellos individuos. Y lo más candente -adelantaba el periódico, como para preparar a la opinión pública- serían las razones de los hombres de leyes, que opinaban que Paddy y el joven tendrían que ser detenidos y juzgados: Paddy porque había dos personas que lo acusaban de secuestro, y el joven porque había confesado una violación. Era tarde cuando desperté, así que me quedé sin desayuno, ya tenía deseos de otra vez darme un hartazgo con uno de esos clásicos desayunos ingleses; pero la cocina ya estaba cerrada y los ingleses, cuando es la hora, le cierran a cualquiera las puertas en las narices. Pero la mujer tuvo la amabilidad de ofrecerme té Y unas tostadas con manteca y mermelada. Estaba más guapa que la tarde anterior. Sin rulos y sin el cigarrillo colgando del labio, parecía una mujer decente, casi guapa diría, aunque demasiado corpulenta, y su físico le quitaba feminidad. No me equivoqué al preguntarle si era irlandesa. Le gustó que hubiese acertado su nacionalidad. Se sentó a mi lado a tomarse un té, y a aprovechar para confesarme. Como me viera bajar con la maleta, me preguntó a dónde iba a trabajar. Le expliqué que aún no tenía trabajo, que tendría que ir a una agencia el lunes a que me buscarap uno. Entonces me dijo que ya habían quedado habitaciones vacías y que me quedara allí, que me haría buen precio.
-Yo también fui emigrante ¿sabes? -me dijo.
Acepté su oferta con gusto. Entonces me preguntó, con una enigmática sonrisa, como si se sintiera culpable de aceptar mi regalo y acomodarme en aquella miserable habitación, si había dormido bien. Le expliqué que otras preocupaciones me había quitado el sueño, y no la acomodación. Y fue así como saqué a relucir lo de los periódicos, que había tardado en dormir por leer aquella historia.
-Aquella noticia fue tan sensacional -me dijo entonces la mujer- que el pueblo inglés, especialmente a través de sus muchas organizaciones de índole religioso, y de matices parecidos, acusó a la radio y a los periódicos de inmorales, por inventar aquella hiistoria de mal gusto. Pues, cosas así no podían pasar en un mundo civilizado como el inglés. Y los periódicos y la radio, siendo
todos conservadores como eran y son, pronto se dieron cuenta del escándalo y del daño que aquel caso podía causar a la sociedad, pidieron disculpas, diciendo que había sido una broma pesada del día de los santos inocentes. Pero uno de los rotativos no se dio por aludido y consiguió la exclusiva de Paddy y de aquella pareja. Sin embargo no hubo segunda parte. El periódico fue censurado. Estábamos en tiempos de guerra ¿sabes? y había censura.
-¿Entonces nunca más se supo de la pareja y de Paddy? –le pregunté.
-De la pareja no, de O'Nill si. Se llamaba O'Nill ¿sabes? -me aclaró la mujer.
Y me siguió contando, que a O'Nill le buscó acomodación la asistencia social, ya que no lo dejaron vivir más en la estación. Que había sido varias veces interrogado por la policía. Y que
también se enteró, al saber de él las autoridades, que su hijo, único hijo, había muerto en la guerra. ¡Pobre O'Nill! Ya estaba loco ¿sabes? Y aquella noticia fue la paja que rompió la espalda del
camello -dijo la mujer, usando ese popular refrán inglés.
Aquel refrán, acompañado del acento trágico usado por la mujer, implicaba que Paddy había terminado mal.
-¿Cómo sabe usted eso si los periódicos no continuaron con la historia? -le pregunté.


ALTA VARIOS RENGLONES

1 comentario:

Roger dijo...

Yo apenas vivi un año en Londres. Suficiente para que también extrañe esos desayunos. Ya casi me he acostumbrado a las tostas con tomate y aceite y a los "cruasanes"