¡Horror! Locura. La muerte más cruel. Esa mujer es un peligro.
Hay que encerrar la. Estos eran algunos de los comentarios que
encabezaban los periódicos locales y otros más sensacionalistas
de gran tirada. Después explicaban de que manera la mujer, que
sobreviviera veinte días encerrada en una despensa, había matado,
por venganza y de una forma cruel al perro que había sido el
culpable de aquel percance, por haber empujado la puerta.
Se llamaba Mrs. Mary, pero las camareras le habían cambiado
el nombre por Mrs. Sink, porque era la lava platos y sink es el
fregadero en inglés. La mujer no era loca de atar como los otros,
pero era una de esas criaturas a las que siempre les pasaban cosas
raras. Estaba programada para un ajetreo normal, como un animal
de costumbre, y al llegar a fechas en las que la vida diaria
cambiaba de ritmo, como por ejemplo las Navidades, la mujer se
sentía completamente perdida. Era menuda, como si estuviera
famélica, o anémica. Sus principales problemas parecían ser los
cambios bruscos del clima inglés. Cambios que ella misma producía;
pues dejaba amontonar los platos y se quedaba de brazos cruzados
enfrente de la ventana, mirando las nubes pasar, y uno podía ver
los comentarios asomarse a sus labios, que se movía pronunciando
las palabras en silencio como ensayando lo que iba a decir. Mientras
tanto le cogía el frío y entonces el comentario era siempre el
mismo:
-Ya cambió el tiempo otra vez. Hace un rato hacía calor y ahora
ya hace frío otra vez.
Cuando había muchos platos, abría las canillas del agua
caliente a todo lo que daban y empezaba a fregar platos con la
velocidad de una máquina -pues, precisamente, ella prefería
lavarlos a mano que usar la máquina, porque decía que acababa
antes. La mujer, con el calor del agua y con su apuro, empezaba
a sudar, entonces, mientras secaba los platos, comentaba:
-Qué extraño es el clima de este país. Ya vuelve a hacer
calor otra vez. Hace un momento hacía frío y ya vuelve a hacer
calor.
Así para ella el tiempo cambiaba miles de veces al día. Se
había hecho muy amiga de la esposa del dueño del hotel, una mujer
que no daba golpe ni en una pelea, y que andaba siempre con su
caniche debajo del brazo, como otras mujeres andan con el bolso. El
animal no era ni del tamaño de un conejo, con ojos saltones como los
de una rata acorralada, pero Dios nos librara de tocar a la mujer,
que ya tiraba un mordisco y un gruñido feroz como un tigre. Mrs.
Mary era la única que podía coger al perro y acariciarlo, porque lo
Había acostumbrado a darle algún trocito de carne que venía de
vuelta en los platos. Por esa razón, de que el perro la quisiera, la
mujer ya se sentía superior a los demás, y hablaba del animal como
si fuera su hijo.
-Mi baby ( mi hijito) -le decía.
Aquello le daba ventajas frente a la dueña que, por la
atención que le prestaba al perro, se llevaban muy bien las dos
mujeres. Y una vez a la semana, la Mrs. Mary le iba a hacer
limpieza general a su vivienda, un bungalow en los terrenos del
hotel. Y por aquella amistad perruna sería que, en una ocasión
que los directores del hotel se fueron de vacaciones, unos veinte
días, dejaron a la mujer encargada de la casa y del perrito. El
hotel quedó a cargo del jefe de camareros.
Los ingleses, aunque dejen a alguien encargado de airear la
vivienda, si ésta va a quedar deshabitada por un tiempo, cortan
la electricidad y cierran la llave de paso del agua y del gas.
Así se evitan incendios, o inundaciones, daños que las compañías
de seguros no pagarían si descubren que esos accidentes sucedieron
por negligencia de los propietarios. Esta explicación, que parece
irrelevante, la detallo porque algo tiene que ver con esta historia.
Al día siguiente, de los dueños salir de viaje, la Mary no vino a t
rebajar. Nos extrañó aquella ausencia, y nos preguntábamos qué le
habría pasado, ya que nunca faltaba al trabajo sin avisar.
Al segundo día se acercó por el hotel un hombre, un tanto
peculiar, que dijo ser su marido. La mujer no habla aparecido
por casa y él venía a enterarse si, por casualidad, ella habla quedado
a dormir en el hotel, o en la casa de los dueños. El jefe de camareros
se acercó al bungalow y encontró las llaves en la puerta, por lo que
pensó que la mujer estarla adentro haciendo alguna limpieza. Al
entrar, el perro corrió a saludarlo muy agitado, danzando como
un payaso de circo, y parecía querer decirle algo; pues su esfuerzo
era casi humano _esas fueron las palabras textuales del camarero.
Después de recorrer la casa, el camarero no vio trazas de la mujer.
Pensó, por lo tanto, que el perro se comportaba de aquella forma
por el hambre, porque seguro que el animal llevaba todo aquel
tiempo sin comer. El camarero cerró la puerta con llave y trajo el
perro para el hotel, y yo le preparé algo de comer, un menú
especial, que el animal no quería comer, como si estuviese muy
preocupado. Pensamos que su falta de apetito sería porque extrañaba
a su mamá, la dueña del hotel, que también lo trataba como a un
hijo. Al fin comió, pero siguió preocupado por unos días, y su deseo
parecía el de querer volver al bungalow. El hombre de la Mary -que
resultó ser un desempleado vago, arrimado a la mujer para vivir sin
trabajar- denunció en la policía la desaparición de su compañera, y
la policía vino al hotel para hacernos algunas preguntas. Los
agentes no parecían muy alarmados.
-Desaparece gente todos los días, y después aparecen por su
cuenta -nos dijeron- y hasta hicieron chistes de las mujeres
recién casadas, que al primer encontronazo con los problemas del
matrimonio, se iban a casa de sus madres. Parecían tomar un poco
a la ligera aquella investigación.
-Volveremos a hablar dentro de un par de días, si es que hay
que tomar esto más en serio -dijeron.
El jefe de camareros era un individuo del que se podría
pensar que, en una ocasión u otra, le había sucedido algún
percance, por confiado y, tal vez por esa razón, tomaba todas las
precauciones en cada asunto del que era responsable. Para poner
un ejemplo, tenía un cajón para la propina, con dos cerraduras y
dos llaves, que una la guardaba él y otra yo, como jefe de la cocina.
Así que la caja no se podía abrir sin consentimiento de los dos, como
si fuera el maletín de los códigos nucleares. Eso lo hacía para que así no
hubiese problemas a la hora de repartir la propina, que se hacía una
vez al mes. Pues allí, en aquella caja, metió las llaves de la casa, en
presencia de todos los empleados.
-Si esa mujer llevó algo de esa casa, yo me lavo las manos -dijo.
A los pocos días llamaron por teléfono los dueños del hotel y el
camarero les informó la desaparición de la señora. Pero los tranquilizó,
diciéndoles que la casa estaba cerrada con llave y que el perro estaba en
el hotel bien cuidado. Que no se preocuparan que todo iba bien. Llamaron
al siguiente día y creo que todos los días, al menos por una semana,
preguntando si había aparecido la señora. Después dejaron de llamar.
La policía volvió a entrevistarnos para enterarse un poco mejor del
carácter de la mujer, y así tener alguna pista de lo que le podría haber
sucedido. Al día siguiente de aquella entrevista, la foto de la mujer apareció
en el periódico local, anunciando su desaparición y preguntando si alguien
la había visto en los últimos días, y un número de teléfono para llamar.
El querido de la mujer volvió al hotel, por el dinero de la semana, o
de los días que había trabajado su compañera. Parecía más preocupado
por el dinero que por la mujer. El camarero le ofreció trabajar de lava
platos en el sitio de la mujer, dinero en mano, sin tasas; pero él dijo
ue tenía que hacer el trabajo de casa, mientras su compañera no aparecía.
¿Pero qué le puede haber pasado a la mujer? -nos preguntábamos
a la hora de sentarnos a comer. No faltaron algunos chistes, de si
alguien la habría raptado y violado. ¡Dios mío! ¿Quién va a violar
a una mujer así? Bueno nunca faltan locos. Pero la verdad era que
todos sentíamos la falta de la mujer. Nos dimos cuenta de su
personalidad al faltarnos su compañía, porque era divertido tenerla
como compañera de trabajo. Ella siempre daba de que hablar y de que
reírnos. Aún después de desaparecida estaba dando mucho de que
hablar. La cocina no parecía la misma sin aquella mujer. Los chistes
no tenían gracia sin ella.
El caso fue que la mujer se había hecho famosa. La policía la
buscaba, y salió en todos los periódicos locales, y la radio
anunció varias veces su desaparición. A mi me llamaron a la
comisaría a hacerme algunas preguntas. Ya parecía como si
empezaran a sospechar que yo la matara. En la comisaría estaba
su foto, tamaño pancarta, junto a la de un escarabajo rojo y un
perro con la rabia. ¿Han visto este escarabajo? Avisen de
inmediato a este teléfono. Recuerde que está prohibido pasar
animales sin declarar, que puedan traer la rabia a estas islas.
Quién lo haga será castigado con multa y cárcel -cantaban las
leyendas de aquellas pancartas.
En Inglaterra no existe el escarabajo de la patata, y así
no tiene que sulfatar. Y tampoco se vacunan los perros contra la
rabia, porque no existe en aquel reinado. Por eso las autoridades
siempre están alerta para evitar que esas plagas entren al país,
y ponen esos anuncios en sitios estratégicos donde mucha gente
los pueda ver. Pues al lado de esas plagas estaba la foto de la
mujer, en tamaño grande. Llamen a este número si han visto, en los
últimos días, a esta mujer, y describían muy bien su fisonomía,
así como algunas de sus costumbres.
Pasaron tres semanas, y parecía que nos íbamos resignando a no
ver nunca más a la mujer. Pasado ese tiempo llegaron los dueños, que se
acercaron al hotel antes de ir a su vivienda. Después de comprobar que
el perro estaba bien de salud y que se había hecho amigo de todo el
personal, se preocuparon por la mujer, y nos hicieron muchas preguntas
sobre su desaparición. Almorzaran en compañía de todo el personal,
y terminado el almuerzo abrimos la famosa caja donde estaban las llaves
y el jefe de camareros les ayudó a llevar las maletas hasta el bungalow.
Allí se armó un griterío que alarmó a todo el personal y, unos detrás de
otros, corrimos a ver que era lo que causaba aquel escándalo. La mujer,
que como decía al principio, le pasaban las cosas más raras del mundo, se
había quedado encerrada en la despensa. Dios sabe cuanto ella habría gritado,
al verse encerrada en aquel pequeño espacio, a oscuras. Y la pobre mujer,
tal vez agotada, por el esfuerzo de querer abrir la puerta y gritar por ayuda,
se habría quedado dormida, en aquel momento que el camarero visitó
el bungalow, y no lo oyó.
Para entonces mi habitación -me habían dado una mejor al ascender-
estaba en la parte alta, y la ventana miraba hacia el bungalow y, algunas noches,
al cerrar la ventana antes acostarme, tuve la sensación de que oía a una mujer
gritar, pero no les di crédito a mis orejas.
Según ella lo contó, la culpa había sido del perrito que, al
Darse cuenta que la mujer iba allí por su comida, se había excitado
y empujado la puerta. Parece ser que el director tenía pensado
cambiar aquella cerradura defectuosa, desde hacía tiempo, ya que,
una vez cerrada, la puerta solo se podía abrir por fuera. Ya en una
ocasión había quedado encerrada la directora, y desde entonces
procuraban, tanto ella como su marido, de dejar la puerta bien
abierta cuando iban a la despensa.
-¿Cuándo vas a llamar que te vengan a cambiar esta cerradura?
-parece ser que la mujer le había urgido varias veces a su marido.
-Ya llamé varias veces mujer, pero ya sabes como son esos
chapuceros, que no quieren trabajar -se disculpaba el marido.
Ellos, antes de marchar de vacaciones, le habían dado
todas las instrucciones necesarias a la mujer, una y otra vez,
conociendo como era la mujer de descuidada, pero se habían
olvidado de la cerradura defectuosa. Así que allí estuvo la mujer
veinte días, a oscuras, en un lugar apretado que no tenia más
espacio que para sentarse. Por suerte los dueños le habían puesto
el abrelatas allí, y le había dicho que siempre lo dejara en el
mismo sitio, así no tendría que andarlo buscando. Y así pudo ella
abrir, a tientas, latas de comida del perro, y algunas otras de
lo que le venia a mano, como frutas en almíbar. La mujer dijo que
en la oscuridad todo tenia el mismo sabor.
El griterío que nosotros habíamos escuchado, desde el hotel,
era la mujer, que al ser liberada y salir a la claridad, no podía
abrir los ojos, y gritaba, no por el tiempo encerrada, ni con la
alegría de verse libere. Gritaba porque no veía y decía que estaba
ciega, y que había perdido los ojos. La dueña, que fue la que
abrió la despensa al escuchar los tumbos de la mujer, se puso
histérica, y también gritaba, y abrazaba a Mrs. Mary tratando de
calmarla, o quién sabe qué. Pero el horror de la dueña fue grande
cuando se dio cuenta que, por tratar de calmar a la mujer,
había quedado toda cubierta de excremento y orina, hasta por la cara,
y que el olor era nauseabundo. Allí no se paraba con
aquel mal olor, porque la mujer, al no tener espacio, y a oscuras,
se había sentado y embadurnada en lo que allí había hecho.
Uno, viendo aquel espectáculo de las dos mujeres, no sabia si reír o llorar.
La ambulancia no tardó en llegar, pero aún así parecía un siglo.
Y después no sabían por donde coger a la mujer, porque
aquel personal nunca se habían visto en un fregado igual, y no
venían preparados para un caso como aquel. Después la dueña nos
decía, que había quemado la ropa que vestía, y que se había duchado
tantas veces que le sangraba la piel; y que también tuvo que llamar
a una compañía de las que se dedican a controlar pestes, para que
ellos limpiaran y desinfectaran la despensa.
Así fue como Mrs. Mary se hizo aún más famosa; pues si al
principio su fama era local, después era universal. La historia
salió en todos los periódicos del país y hasta en las noticias de
la tele: una mujer que había sobrevivido veinte días encerrada en
una despensa, alimentándose a base de comida para perros. Aquellos
días la tele no dio más avisos que de comida para perros.
Físicamente la mujer no salió muy mal parada de su encierro,
porque, según nos contó, ella pensaba que había estado allí poco
tiempo. Pero su comportamiento no era el mismo de antes. Uno no
se podía reír en su presencia ni hacer chistes, como sucedía antes
del percance, porque, como aquel que tiene cola de paja, ella
también pensaba que cualquier broma traía cola. Al perro no lo
podía ver delante, y el perro parecía sentirse culpable y tampoco
quiso más bromas con la mujer.
En una ocasión se iba a celebrar un pequeño banquete en el
hotel, que se trataba de galeses, y pidieran sopa de puerros
como principio, ya que es el puerro el emblema de Gales, como es el
cardo el de Escocia y la amapola el de Inglaterra. Yo ya iba un poco
atrasado con la sopa, porque los puerros tienen que ser muy bien
lavados para quitarles las arenitas. Y estando los puerros en la
pileta, bien lavados, esperando a ser troceados y echar los a la
pota, que ya el caldo estaba hirviendo, la mujer los cogió y, en un
santiamén, sin yo ver1a, los echó a la máquina trituradora. Aquella
máquina trituraba todo y todo marchaba por los desagües: sobras de
comida y todos los desperdicios de la cocina, menos plásticos y
huesos grandes. Los plásticos estaba prohibido échalos a esas
trituradoras, y lo huesos grandes porque atragantaban la máquina.
Pero la mujer echaba todo, y algunas veces atascaba el triturador
con los huesos y había que llamar a un técnico a que viniera a
desatascar el aparato.
-¿y los puerros dónde van? -grité yo.
-¿Qué puerros? ¿No era para tirar esa basura?
Bueno, a correr a la tienda como locos a por más puerros.
La pobre, al reñirle se echó a llorar. La primera vez que la veía
llorar. Me dio tanta pena que casi lloro yo también. ¿y a qué
viene toda esta explicación? Pues que la mujer le había entrado
algo en el cuerpo, y echaba las cosas a la máquina trituradora
con gusto, como si se estuviera vengando de algo. Y el comentario
de los puerros viene al caso, porque, en una ocasión, que la
dueña había dejado al caniche unos segundos de las manos, y que
andaba allí por la cocina, creo que tratando de hacer las paces
con Mary, ella lo cogió, con la velocidad de una rapiña y lo echó
al triturador. El perro no tuvo tiempo de decir ¡Juau! A mí me
pareció ver, de reojo, que la mujer había cometido aquella
horrible fechoría, pero no les di crédito a mis reflejos. Cuando
miré, ya la mujer estaba de brazos cruzados mirando a las nubes.
por la ventana. La máquina hacía un ruido atronador, y de pronto
se atragantó. Hubo que llamar al técnico, que tardó un par de días
en aparecer. Mientras tanto la dueña se desvivía en busca del
perro, y también dio parte a la policía de su desaparición. Para
entonces yo ya estaba seguro que lo que me parecía haber visto
era una realidad, pero callé la boca. Los empleados empezaron
a hacer chistes.
-Chef, ¿quién será el próximo en desaparecer? -me preguntaban
riendo.
El misterio del perro se aclaró, cuando el técnico desatascó
la máquina. Aquello hizo aún más famosa a la mujer, primero por
heroína y después por criminal. No volvió a trabajar en aquel
hotel, ni supe lo que le había pasado... Bueno, hasta que....
FALTAM TRES RENGLONES
sábado, 11 de agosto de 2007
LA MANCHA EN EL ESPEJO
LA MANCHA EN EL ESPEJO
Apoyé el espejo contra la pared, en una esquina, entre la cocina y el restaurante, mientras llegaba el tiempo de colocarlo en el comedor. En aquella esquina había una mesa, donde nosotros nos sentábamos a comer, o a tomarnos un descanso. Cuando dejábamos entrar el perro, el animal se quedaba, por mucho tiempo, mirándose al espejo, moviendo la cabeza de un lado a otro, y de pronto empezaba a ladrarle al espejo, como si viese allí a un extraño. Nosotros nos reímos de la estupidez del animal. Era un poodle de pura raza, muy inteligente, y por ello causaba más gracia su estupidez frente al espejo. En otra ocasión nos hemos reído aún más con Mrs Mary. Un día, mientras estábamos sentados a la mesa en aquel rincón llegó la señora Sink, en un estado de nervios que hacia sonar el bolso de tanto que se sacudía, y nos empezó a
contando uno de sus percances. De pronto, al dar la vuelta y mirarse en el espejo, pegó un salto hasta el techo.
Apoyé el espejo contra la pared, en una esquina, entre la cocina y el restaurante, mientras llegaba el tiempo de colocarlo en el comedor. En aquella esquina había una mesa, donde nosotros nos sentábamos a comer, o a tomarnos un descanso. Cuando dejábamos entrar el perro, el animal se quedaba, por mucho tiempo, mirándose al espejo, moviendo la cabeza de un lado a otro, y de pronto empezaba a ladrarle al espejo, como si viese allí a un extraño. Nosotros nos reímos de la estupidez del animal. Era un poodle de pura raza, muy inteligente, y por ello causaba más gracia su estupidez frente al espejo. En otra ocasión nos hemos reído aún más con Mrs Mary. Un día, mientras estábamos sentados a la mesa en aquel rincón llegó la señora Sink, en un estado de nervios que hacia sonar el bolso de tanto que se sacudía, y nos empezó a
contando uno de sus percances. De pronto, al dar la vuelta y mirarse en el espejo, pegó un salto hasta el techo.
-¿Quién es esa mujer? –gritó.
El espejo tenia una mancha grande, tal vez debido a tantos años oxidándose en la humedad de aquel corralón. Por la mancha seria que Mrs Sink no se había reconocido; pero, siendo la mujer como era, todos se rieron mucho de su susto. Sin embargo nos hemos reído demasiado pronto; pues lo mismo me pasó a mí en otra ocasión, y mas tarde a mi mujer. Había sido un día de mucho trabajo, uno de esos días que todo parece salir al revés. Bajo presión, mi mujer y yo tuvimos un pequeño argumento. Cuando terminamos, ella se fue para el piso sin cenar. Yo me senté en la acostumbrada mesa, para relajar, con una botella de vino, queso y galletas. Después de un rato, y cuando levantaba un vaso de vino a los labios, vi a una mujer en el espejo. Pensé que sería mi mujer, que había decidido fumar la pipa de la paz conmigo. Pero, cuando miré para atrás, allí no había ninguna mujer. Como yo no creía en fantasmas, le eché la culpa, a tal visión, a mi estado de ánimo y al vino. Pero unos días más tarde mi mujer me dijo:
-Yo me he reído de Mrs. Sink, y hoy me pasó a mí lo mismo. He visto una mujer en el espejo que no se parecía a mí.
El espejo tenia una mancha grande, tal vez debido a tantos años oxidándose en la humedad de aquel corralón. Por la mancha seria que Mrs Sink no se había reconocido; pero, siendo la mujer como era, todos se rieron mucho de su susto. Sin embargo nos hemos reído demasiado pronto; pues lo mismo me pasó a mí en otra ocasión, y mas tarde a mi mujer. Había sido un día de mucho trabajo, uno de esos días que todo parece salir al revés. Bajo presión, mi mujer y yo tuvimos un pequeño argumento. Cuando terminamos, ella se fue para el piso sin cenar. Yo me senté en la acostumbrada mesa, para relajar, con una botella de vino, queso y galletas. Después de un rato, y cuando levantaba un vaso de vino a los labios, vi a una mujer en el espejo. Pensé que sería mi mujer, que había decidido fumar la pipa de la paz conmigo. Pero, cuando miré para atrás, allí no había ninguna mujer. Como yo no creía en fantasmas, le eché la culpa, a tal visión, a mi estado de ánimo y al vino. Pero unos días más tarde mi mujer me dijo:
-Yo me he reído de Mrs. Sink, y hoy me pasó a mí lo mismo. He visto una mujer en el espejo que no se parecía a mí.
El espejo era una antigüedad que yo había comprado en un Corralón de materiales de construcción, de esos chapados a la antigua, de los que iban quedando pocos en Inglaterra. El dueño llevaba esperando veinte años por permiso para construir oficinas en el sitio; pero parece ser que los planes nunca eran de la satisfacción del Council de Oxfordshire. Para quién no conozca Inglaterra, les aclaro que allí las cosas tienen que ser hechas de acuerdo a ciertas normas. Y las autoridades del condado de Oxfordshire son capaces de tirar abajo una catedral si un solo ladrillo no figura en los planes. Esa era la razón por la que el viejo corralón seguía allí en el medio de la pequeña, pero muy clásica ciudad, como una mancha que la afeaba.
Durante una de mis visitas al corralón, yo vi el espejo en
uno de los galpones donde cortaban los cristales. El espejo tendría un metro ochenta de alto por uno cincuenta de ancho. Tenía un marco de caoba de unos diez centímetros de ancho y tres de espesor, con mo1duras y algunas flores talladas en la parte de arriba. El marco estaba malamente astillado en la parte alta de la derecha, como si, en algún tiempo, hubiese caído sobre aquel costado. Las polillas también habían echo algún trabajo en aquella parte del marco. El
cristal tenía una mancha grande en aquella parte, como si el azogue se hubiera deteriorado. Yo calculé que, tal espejo, quedaría muy bien en el comedor, porque haría juego con las antiguas vigas del restaurante, y daría la ilusión de que el local era más Amplio. Le pregunté a uno de los
empleados del corralón si me lo vendían; porque el espejo parecía esta allí sin ningún servicio. Fui informado que el espejo estaba allí con el propósito de ver a la gente detrás cuando cortaban el vidrio y así evitar algún pequeño accidente. Después de un año, más o menos, el empleado me vino a ver para decirme que el corralón cerraba y que yo podía comprar el espejo, si todavía estaba interesado el él. Arreglamos precio el empleado y yo, y él mismo me lo trajo a mi local. Seguro que se habrá quedado con el dinero, porque no creo que al dueño del corralón le interesara aquel pequeño negocio, después de la satisfacción de conseguir permiso para su
esperado proyecto. Pero para mí fue una ganga, considerando lo apreciadas que son esas antigüedades en Inglaterra. Era realmente pesado el tal espejo. Lo colocamos en el patio del negocio y lo cubrí con un plástico; y allí empleé yo muchas horas libres en restaurarlo: restauré algunas flores que estaban dañadas, rellené los agujeros de las polillas con cera oscura, y pulí el fango verdoso de la madera. Después lo lustre con el verdadero lustre de laca, y me quedó un trabajo del que me sentí orgulloso. Lo único que no pude remediar fue la mancha en el cristal. Hecho el trabajo, y para evitar que la intemperie deshiciera lo hecho, lo coloqué, con ayuda, contra la pared en un rincón del restaurante. Allí estuvo por un largo tiempo; porque, cuando intenté colocarlo en el restaurante, aparecieron algunos improvistos problemas. Me encontré con que un radiador tenía que ser movido para hacer sitio para el espejo. Y allí empezaron los problemas. Cuando al fin todo estaba listo para colocarlo en su sitio, un domingo, día que se cerraba el negocio, me armé de todo lo necesario para tal trabajo: tornillos, braguetas, martillo, tarugos y taladro, y puse manos a la obra. Al principio me encontré con que la pared, antigua y
reseca, aparecía dura, lo que se dice como una piedra. Yo empujé el taladro con todas mis fuerzas y la broca empezó a penetrar De pronto, la broca y medio barreno se hundieron en la pared; y como yo estaba empujando tan fuerte, mi cabeza golpeó la pared con tal impacto que casi me desmayado de dolor. Al tiempo oí un grito como el de un vampiro cuando le clavan una
estaca a través del corazón. ¿Fui yo el que echo ese grito tan grande? -me pregunté. Me di cuente, al arrancar el barreno, que el agujero hablaba, y era él el que gritaba de forma alarmante. Yo puse un ojo en el agujero y vi, del otro lado de la pared, lo que parecía una ostra con una perla negra en el medio. El objeto, arrugado y nadando en agua, se abría y cerraba con
rápidos movimientos, justo como una ostra que se está muriendo. La ostra pronto se declaró ser un ojo humano que, del otro lado, mira a mi ojo. La casa vecina, mirándola desde afuera, parecía una continuación de mi establecimiento, declarando que, en un tiempo, todo el edificio había sido una sola vivienda. Yo pensé, por un buen tiempo, que la vivienda estaba deshabitada; porque yo nunca había oído ruido en aquella casa, y nunca había visto un alma entrar o salir, excepto un gato grande que algunas veces había visto a la parte de atrás. Pues la vivienda tenía un pequeño y encerrado jardín a la parte de atrás que se podía ver desde una de nuestras ventanas; pero la hierba era alta como una selva. Por eso me sorprendió tanto oír aquel grito en la vivienda, y más sorpresa, ver un ojo del otro lado; porque, yo pensé y con razón, que detrás de aquel ojo tenía que haber alguna persona. Corrí a la calle y golpeé a la puerta vecina, para disculparme, humildemente, por el daño hecho, a quién quiera que estuviese invernando en aquella casa. El
propietario resultó ser una mujer mayor, que vivía sola con su gato. Estaba temblando de susto, toda blanca como si la hubieran tirado en la harina, y más parecía un fantasma que una mujer. Casi no podía hablar, debido al susto que había pillado.
-¡Mi Dios, mi Dios! ¿Pero que ha hecho usted? -Repetía, cuando al fin pudo hablar.
-Cálmese, señora -le dije. Déjeme entrar para ver lo que pasó y yo lo arreglaré.
Me dejó pasar, y me condujo hasta su cocina. Pronto comprendí porque la pobre mujer se había asustado tanto; pues, de su lado, había caído media pared. La cal, seca como el aserrín, estaba esparcida por toda la cocina hasta la puerta de entrada: sobre la antigua cocina, sobre su té y el fregadero. Y como digo, la mujer parecía un fantasma. El gato no estaba por allí. Quizás pensase que el tiempo había llegado de encontrar una morada más segura.
-¡Mire que demonios ha hecho usted! -Me gritó la mujer.
Yo no podía dar crédito a mis ojos ante tal desastre.
Durante una de mis visitas al corralón, yo vi el espejo en
uno de los galpones donde cortaban los cristales. El espejo tendría un metro ochenta de alto por uno cincuenta de ancho. Tenía un marco de caoba de unos diez centímetros de ancho y tres de espesor, con mo1duras y algunas flores talladas en la parte de arriba. El marco estaba malamente astillado en la parte alta de la derecha, como si, en algún tiempo, hubiese caído sobre aquel costado. Las polillas también habían echo algún trabajo en aquella parte del marco. El
cristal tenía una mancha grande en aquella parte, como si el azogue se hubiera deteriorado. Yo calculé que, tal espejo, quedaría muy bien en el comedor, porque haría juego con las antiguas vigas del restaurante, y daría la ilusión de que el local era más Amplio. Le pregunté a uno de los
empleados del corralón si me lo vendían; porque el espejo parecía esta allí sin ningún servicio. Fui informado que el espejo estaba allí con el propósito de ver a la gente detrás cuando cortaban el vidrio y así evitar algún pequeño accidente. Después de un año, más o menos, el empleado me vino a ver para decirme que el corralón cerraba y que yo podía comprar el espejo, si todavía estaba interesado el él. Arreglamos precio el empleado y yo, y él mismo me lo trajo a mi local. Seguro que se habrá quedado con el dinero, porque no creo que al dueño del corralón le interesara aquel pequeño negocio, después de la satisfacción de conseguir permiso para su
esperado proyecto. Pero para mí fue una ganga, considerando lo apreciadas que son esas antigüedades en Inglaterra. Era realmente pesado el tal espejo. Lo colocamos en el patio del negocio y lo cubrí con un plástico; y allí empleé yo muchas horas libres en restaurarlo: restauré algunas flores que estaban dañadas, rellené los agujeros de las polillas con cera oscura, y pulí el fango verdoso de la madera. Después lo lustre con el verdadero lustre de laca, y me quedó un trabajo del que me sentí orgulloso. Lo único que no pude remediar fue la mancha en el cristal. Hecho el trabajo, y para evitar que la intemperie deshiciera lo hecho, lo coloqué, con ayuda, contra la pared en un rincón del restaurante. Allí estuvo por un largo tiempo; porque, cuando intenté colocarlo en el restaurante, aparecieron algunos improvistos problemas. Me encontré con que un radiador tenía que ser movido para hacer sitio para el espejo. Y allí empezaron los problemas. Cuando al fin todo estaba listo para colocarlo en su sitio, un domingo, día que se cerraba el negocio, me armé de todo lo necesario para tal trabajo: tornillos, braguetas, martillo, tarugos y taladro, y puse manos a la obra. Al principio me encontré con que la pared, antigua y
reseca, aparecía dura, lo que se dice como una piedra. Yo empujé el taladro con todas mis fuerzas y la broca empezó a penetrar De pronto, la broca y medio barreno se hundieron en la pared; y como yo estaba empujando tan fuerte, mi cabeza golpeó la pared con tal impacto que casi me desmayado de dolor. Al tiempo oí un grito como el de un vampiro cuando le clavan una
estaca a través del corazón. ¿Fui yo el que echo ese grito tan grande? -me pregunté. Me di cuente, al arrancar el barreno, que el agujero hablaba, y era él el que gritaba de forma alarmante. Yo puse un ojo en el agujero y vi, del otro lado de la pared, lo que parecía una ostra con una perla negra en el medio. El objeto, arrugado y nadando en agua, se abría y cerraba con
rápidos movimientos, justo como una ostra que se está muriendo. La ostra pronto se declaró ser un ojo humano que, del otro lado, mira a mi ojo. La casa vecina, mirándola desde afuera, parecía una continuación de mi establecimiento, declarando que, en un tiempo, todo el edificio había sido una sola vivienda. Yo pensé, por un buen tiempo, que la vivienda estaba deshabitada; porque yo nunca había oído ruido en aquella casa, y nunca había visto un alma entrar o salir, excepto un gato grande que algunas veces había visto a la parte de atrás. Pues la vivienda tenía un pequeño y encerrado jardín a la parte de atrás que se podía ver desde una de nuestras ventanas; pero la hierba era alta como una selva. Por eso me sorprendió tanto oír aquel grito en la vivienda, y más sorpresa, ver un ojo del otro lado; porque, yo pensé y con razón, que detrás de aquel ojo tenía que haber alguna persona. Corrí a la calle y golpeé a la puerta vecina, para disculparme, humildemente, por el daño hecho, a quién quiera que estuviese invernando en aquella casa. El
propietario resultó ser una mujer mayor, que vivía sola con su gato. Estaba temblando de susto, toda blanca como si la hubieran tirado en la harina, y más parecía un fantasma que una mujer. Casi no podía hablar, debido al susto que había pillado.
-¡Mi Dios, mi Dios! ¿Pero que ha hecho usted? -Repetía, cuando al fin pudo hablar.
-Cálmese, señora -le dije. Déjeme entrar para ver lo que pasó y yo lo arreglaré.
Me dejó pasar, y me condujo hasta su cocina. Pronto comprendí porque la pobre mujer se había asustado tanto; pues, de su lado, había caído media pared. La cal, seca como el aserrín, estaba esparcida por toda la cocina hasta la puerta de entrada: sobre la antigua cocina, sobre su té y el fregadero. Y como digo, la mujer parecía un fantasma. El gato no estaba por allí. Quizás pensase que el tiempo había llegado de encontrar una morada más segura.
-¡Mire que demonios ha hecho usted! -Me gritó la mujer.
Yo no podía dar crédito a mis ojos ante tal desastre.
-No se preocupe, señora. Esto no es nada. Yo voy a ir ahora mismo al bricolaje por plasta, y le voy a dejar esta pared mejor que nueva, ya lo verá. Si le he roto alguna cosa yo se la pagaré.
La mujer se fue calmando, hasta el punto que empezó a sentir pena por mi, por verme tan preocupado. Yo fui a por el material decuado y volví pronto. Pero para entonces la mujer ya tenía la cocina aseada, y el gato ya estaba allí, sentado en una silla. Fui a por mis herramientas y puse manos a la obra. La mujer me ofreció una taza de te. Yo le conté de la manera que había visto su ojo desde la otra parte, y ella me contó como había visto el mío desde su lado. Aquello la hizo reír mucho, tanto que yo pensé que se iba a morir, pues hasta se atragantó con la risa.
Entre taza y taza de té hablamos mucho, siendo ella la que más habló. Me dijo que nunca había hablado tanto desde la muerte de su marido, que eran veinte años. La mujer tenía una forma muy agradable de decir las cosas, porque, siendo esas historias de los viejos aburridas, como a veces son, éste no era su caso. Le ponía un poquito de sal, como dicen los ingleses, a la parte triste de la historia, con una sonrisa aquí y allí. Mientras ella contaba, el gato, sentado en la silla, nos miraba atentamente a los dos, moviendo la cabeza de arriba a bajo como confirmando que todo lo que la mujer me decía era la pura verdad. Entre todas las historias que me contó, me dijo que, en un tiempo, todo el edificio era una sola vivienda, tal como yo había sospechado.
-La parte de atrás, tu patio y mi jardín, el aparcamiento y parte de los jardines de la ciudad, pertenecían a esta vivienda -me informó la mujer.
También me enteré por la mujer, que el edificio era cientos de años viejo, y era "listed building." o sea historico. Me aconsejó que revisara el seguro del negocio para estar seguro que estaba asegurado de acuerdo a tales circunstancias, pues si ardía tenia que ser reconstruido exactamente como el original, que eso podía ser muy cara. Aquello era algo que mi abogado no había tenido en cuenta. La viejita sabia todo aquello al dedillo porque había trabajado para el Council toda su vida y sabia todos los secretos de la ciudad. Me contó que, en aquel edificio, habían vivido generaciones de la misma familia. Cuando ella era una niña, algo terrible había
sucedido en aquella casa. Los último dueños, eran un matrimonio de mediana edad. Tenían una cocinera, o sirvienta, una chica joven y guapa. La dueña sospechaba, ya por algún tiempo, que su marido andaba envuelto con la joven. Una tarde, que el marido venia de cazar, colgó la escopeta y la cartuchera en el pasillo, entre la cocina y el comedor. La sirvienta estaba en el comedor, y el dueño le preguntó dónde estaba su mujer. La mujer había salido de compras, pero en aquel momento llegaba a casa por la parte de atrás, justo cuando su marido estaba besando a la sirvienta. La mujer vio la escopeta allí colgada -que era de un sólo cañón-, la cargó y ¡bum! No se supo a cual de ellos quiso matar, si al marido o a la sirvienta, pero el tiro cogió a la muchacha en el cuello, tan de cerca que su sangre penetró el cristal del espejo, y aquella mancha nunca pudo ser borrada, por más que la quisieron sacar: la mancha continuó allí. La anciana me siguió contando que la mujer fue a la cárcel por "manslaughter", o sea homicidio no premeditado. La casa fue vendida y el hombre se mudó a alguna otra parte del país. Entonces se hicieron tres viviendas de la misma casa.
La mujer se fue calmando, hasta el punto que empezó a sentir pena por mi, por verme tan preocupado. Yo fui a por el material decuado y volví pronto. Pero para entonces la mujer ya tenía la cocina aseada, y el gato ya estaba allí, sentado en una silla. Fui a por mis herramientas y puse manos a la obra. La mujer me ofreció una taza de te. Yo le conté de la manera que había visto su ojo desde la otra parte, y ella me contó como había visto el mío desde su lado. Aquello la hizo reír mucho, tanto que yo pensé que se iba a morir, pues hasta se atragantó con la risa.
Entre taza y taza de té hablamos mucho, siendo ella la que más habló. Me dijo que nunca había hablado tanto desde la muerte de su marido, que eran veinte años. La mujer tenía una forma muy agradable de decir las cosas, porque, siendo esas historias de los viejos aburridas, como a veces son, éste no era su caso. Le ponía un poquito de sal, como dicen los ingleses, a la parte triste de la historia, con una sonrisa aquí y allí. Mientras ella contaba, el gato, sentado en la silla, nos miraba atentamente a los dos, moviendo la cabeza de arriba a bajo como confirmando que todo lo que la mujer me decía era la pura verdad. Entre todas las historias que me contó, me dijo que, en un tiempo, todo el edificio era una sola vivienda, tal como yo había sospechado.
-La parte de atrás, tu patio y mi jardín, el aparcamiento y parte de los jardines de la ciudad, pertenecían a esta vivienda -me informó la mujer.
También me enteré por la mujer, que el edificio era cientos de años viejo, y era "listed building." o sea historico. Me aconsejó que revisara el seguro del negocio para estar seguro que estaba asegurado de acuerdo a tales circunstancias, pues si ardía tenia que ser reconstruido exactamente como el original, que eso podía ser muy cara. Aquello era algo que mi abogado no había tenido en cuenta. La viejita sabia todo aquello al dedillo porque había trabajado para el Council toda su vida y sabia todos los secretos de la ciudad. Me contó que, en aquel edificio, habían vivido generaciones de la misma familia. Cuando ella era una niña, algo terrible había
sucedido en aquella casa. Los último dueños, eran un matrimonio de mediana edad. Tenían una cocinera, o sirvienta, una chica joven y guapa. La dueña sospechaba, ya por algún tiempo, que su marido andaba envuelto con la joven. Una tarde, que el marido venia de cazar, colgó la escopeta y la cartuchera en el pasillo, entre la cocina y el comedor. La sirvienta estaba en el comedor, y el dueño le preguntó dónde estaba su mujer. La mujer había salido de compras, pero en aquel momento llegaba a casa por la parte de atrás, justo cuando su marido estaba besando a la sirvienta. La mujer vio la escopeta allí colgada -que era de un sólo cañón-, la cargó y ¡bum! No se supo a cual de ellos quiso matar, si al marido o a la sirvienta, pero el tiro cogió a la muchacha en el cuello, tan de cerca que su sangre penetró el cristal del espejo, y aquella mancha nunca pudo ser borrada, por más que la quisieron sacar: la mancha continuó allí. La anciana me siguió contando que la mujer fue a la cárcel por "manslaughter", o sea homicidio no premeditado. La casa fue vendida y el hombre se mudó a alguna otra parte del país. Entonces se hicieron tres viviendas de la misma casa.
-Esta mía y dos más en tu lado me dijo la viejita. Las dos de tu lado las convirtieron en restaurante, muchos años después. Querían comprar mi parte también, y me ofrecieron buen precio. Pero yo no vendo. Tengo aquí mis memorias ¿sabes? Hemos comprado esta casa cuando nos casamos y llevamos viviendo aquí desde entonces. La pobre mujer hablaba como si su marido aún estuviese allí con ella.
-La casa del medio fue comprada y vendida docenas de veces. Todos los inquilinos se deshacían de esa vivienda como si tuviese un fantasma. Y se supo que un fantasma era la causa por la que la gente no paraba en esa vivienda. El fantasma era la sirvienta que aparecía en el espejo. Los últimos dueños se deshicieron del espejo y con él se fue el fantasma.
-¿Cómo era el espejo -le pregunté.
-No lo sé. Yo nunca he visto ese espejo. Pero tengo entendido que eran un espejo muy bonito y muy grande.
Tan pronto como llegué a mi negocio cogí un cuchillo de la cocina, con punta aguzada, y empecé a escarbar en el marco del espejo, en los agujeros de la polilla que yo había tapado con cera.
FALTAN CINCO RENGLONES
-La casa del medio fue comprada y vendida docenas de veces. Todos los inquilinos se deshacían de esa vivienda como si tuviese un fantasma. Y se supo que un fantasma era la causa por la que la gente no paraba en esa vivienda. El fantasma era la sirvienta que aparecía en el espejo. Los últimos dueños se deshicieron del espejo y con él se fue el fantasma.
-¿Cómo era el espejo -le pregunté.
-No lo sé. Yo nunca he visto ese espejo. Pero tengo entendido que eran un espejo muy bonito y muy grande.
Tan pronto como llegué a mi negocio cogí un cuchillo de la cocina, con punta aguzada, y empecé a escarbar en el marco del espejo, en los agujeros de la polilla que yo había tapado con cera.
FALTAN CINCO RENGLONES